10 de abril de 2007

River Queen

Bienvenidos a Nueva Zelanda. Olvídense de todo durante un par de horas y sientan como su butaca se convierte en una canoa. La visita, de la mano de Samantha Morton (en el papel de Sarah O'Brien), nos llevará a lo largo del río Whanganui, situado en el Parque Nacional de Whangui (Parimonio de la Humanidad, por cierto). No piensen que trabajo a comisión para una agencia de viajes, simplemente me parece que las localizaciones de River Queen son uno de sus mejores reclamos.

El nuevo filme de Vincent Ward (Más allá de los sueños, El mapa del corazón humano), rodado con la bendición y participación de varios pueblos maoríes, narra la historia de una joven irlandesa hija de colonizadores. A caballo entre dos culturas y en medio de una guerra entre británicos y nativos, Sarah se enamora de un maorí con el que tiene un hijo. Tras la muerte de su amado, el momento más desgarrador de su vida llega al ver que el pequeño Boy es secuestrado y llevado río arriba por su abuelo maorí. Comienza aquí una amarga búsqueda y, tras ella, la historia de un reencuentro tan esperado como decepcionante. El tiempo ha pasado y tanto ella como su hijo han cambiado mucho.

River Queen es una historia de búsquedas, no sólo la de un hijo, sino de búsquedas interiores, de identificación cultural. Sarah vive el infierno de tener que elegir entre dos realidades que coexisten, pero que son incompatibles entre sí. Aunque la cinta tiene un final bastante previsible, resulta interesante seguir los ires y venires de la protagonista y uno se pregunta hasta qué punto se cumplirá aquello de "no se es de donde se nace, sino de donde se pace", o lo de "si no puedes con el enemigo, únete a él".

El ritmo es algo lento en general, y no siempre están claras la motivaciones de los personajes, pero su atractivo estético suele compensar estas faltas. Por otra parte, casi a nivel de enriquecimiento cultural, tendremos la oportunidad de profundizar en las costumbres y ritos del pueblo maorí. En este sentido, se agradece la labor de Ward y su equipo por mostrarlo tal cual, sin mayores pretensiones.

En definitiva, quien se anime a verla se encontrará con una película de gran belleza plástica (por su fotografía, escenarios y acierto en la dirección), bien interpretada (incluyendo al joven Rawiri Pene) y, aunque aburrida por momentos, bien contada. Desde luego no brillará demasiado, pero resulta satisfactoria.

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