17 de julio de 2007

La heredera

Ambientada en la Nueva York de mediados del siglo XVIII, La heredera nos mete de lleno en las entrañas de la alta sociedad norteamericana de la época. Catherine Sloper (interpretada por Olivia de Havilland, que recibiría un Oscar por este papel) es hija de un rico doctor secretamente atormentado por la falta de simpatía, gracia y belleza de su única heredera, a quien constantemente recuerda las virtudes de su fallecida madre. No obstante, la ingenuidad y candidez de Catherine la mantienen en un aura de felicidad que sólo se ve amenazada por las exigencias de una clase social totalmente encorsetada. Su vida fluye sin grandes ajetreos hasta que en una de las múltiples fiestas a las que se ve obligada a asistir conoce a Morris, un joven galán que en seguida se muestra enloquecido por ella. Después de un breve cortejo, Catherine cae definitivamente rendida a sus pies y ambos deciden casarse. Sin embargo, el origen humilde de Morris y las sospechas de su padre, que desde el principio ve en él a un cazador de herencias, hacen que todo se complique y que la vida de Catherine cambie para siempre.

La heredera, basada en la novela homónima de Henry James, es sin duda una de las obras cumbres de William Wyler y del cine de los 40. Galardonada con 4 Oscar (actriz, dirección artística, vestuario y banda sonora) y otras 3 nominaciones (director, película y actor secundario) es en mi opinión una de las películas que ha retratado con mayor brillantez la evolución de un personaje (en este caso el de Catherine). De ingenua, cándida e insegura criatura, la heredera se convierte en un ser cruel, frío y recio sin que nadie ni nada pueda evitarlo. El fracaso amoroso, la decepción, el haberse sentido despreciada por su propio padre y otra serie de circunstancias acaban convirtiéndola gradualmente en una persona que nada tiene que ver con la que fue. Pocas veces un personaje protagonista sufre esta evolución, desde lo dulce hasta lo agrio, desde lo mejor del ser humano hasta su lado más oscuro. Y pocas veces un espectador puede sentir tantas emociones diferentes al observarle: lástima, simpatía, odio... Pero no sólo el personaje de Catherine brilla. Aunque más planos, los personajes del Dr. Austin (su padre) y Morris son otros dos grandes baluartes para este drama. Por una parte, el odio comedido que muestra el Dr. Austin por su hija, siempre incómodo en su presencia, avergonzado de su forma de ser y anclado al recuerdo de su esposa, y por otra el misterioso comportamiento del joven Morris, que tan pronto parece Romeo como un ladrón de guante blanco, hacen que en todo momento se mantenga la tensión y que uno sufra por el posible desenlace de cada encuentro a dos o tres bandas.

En definitiva, intenso drama que huye de los convencionalismos y que ofrece una visión diferente sobre el romanticismo. Gran duelo de mundos enfrentados, de valores e intereses abiertamente opuestos.

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